instrucciones para empezar a moverse

Quietud. Es eso. Es eso lo que me pasa, piensa X, nada se mueve y entonces yo no me muevo. Está en un pasillo vacío de supermercado. Nadie desde aquí hasta más allá de las frutas y las heladeras con los lácteos. X no se mueve. Se da cuenta de que se quedó congelado entre dos gestos —elegir entre doscientos dentífricos y mirar los pasillos vacíos—, en ese link entre una acción definida y el fundirse con la quietud que lo rodea. Está en pausa entre lo que iba a hacer y lo que se da cuenta de que no hace. Se queda con la mano apenas empezando el ademán de agarrar una caja de Colgate.
Escucha la música que llega por el sistema de sonido. Música con una especie de sordina, como pasada a través de una almohada, con el volumen ampliado por el eco de un lugar vacío. No sabe el nombre de la canción, pero recuerda que estaba al final de una película, la de las hermanas que se suicidan. Por lo menos, ahí, las cosas pasaban. Piensa, sí, que hay algo de movimiento, al menos, en el intento de terminar con algo.

Hagamos un alto para entender por qué X, parado frente a las cajas de Colgate, piensa que todo está quieto salvo unos suicidios adolescentes en una película. Pause. Es invierno y es lunes. Un lunes demasiado lunes, como le gustaba decir a ella, piensa X. Ahora que estamos en pausa, hagamos rewind a treinta, cuarenta horas antes, a una habitación con el sol entrando a través de las persianas entreabiertas. X está inmóvil y mira fijo hacia adelante, igual que en el supermercado, igual que hacia las frutas. TV, power, on.
Ninguna llamada. Platos apilados en la pileta. Nada en setenta canales. La luz del contestador no parpadea. Nada en setenta canales: películas empezadas y noticieros de Europa. Ninguna llamada. Podría llamarla yo. Podría leer de nuevo Moby Dick, ahora que tengo tiempo. Ninguna llamada. Miento: esta semana llamaron para venderme una parcela en un cementerio. ¿No pensó en su futuro? Ah, no, cierto, usted es muy joven. ¿Lo llamo en un mes? Sí, señora, en un mes voy a ser más viejo, sí, pero nada va a cambiar. Si decido morirme y no se me ocurre dónde dejar mis huesos, yo la llamo. Cortaron. Gracias.
Veamos la habitación de X. En el estante de los libros, las marcas en el polvo acumulado, nos muestran que faltan diez o doce. Y en los tres primeros cajones, no queda ropa de esa chica que, suponemos, es la misma que está sonriendo en un portarretratos sobre la mesa de luz.
En la nota que Z —llamémosla así, para que sea más fácil— le dejó arriba de la mesa, le dice que se lleva los libros y los discos. “No te voy a decir cuáles. Si me conocés, ya sabés cuáles son”. Eso fue lo más cruel: no el vacío de polvo en un estante, pero sí que se llevara todos los discos de la A hasta la G, lo que quiere decir que se llevó los de Dylan y los de Miles Davis. Perra.

Nada en setenta canales. Nadie desde acá hasta el pasillo de las frutas. Y música de películas en los parlantes. Fastforward hasta el supermercado.
Quietud. Es eso lo que me pasa. Nada se mueve y entonces yo no me muevo. Sigue en un pasillo vacío de un supermercado de lunes, la vista fija en un punto entre las frutas que ahora se ven como manchas de colores —y entonces los rojos son manzanas, los verdes son peras, los amarillos son bananas. Y los blancos, rojos, dorados, cajas de Colgate.
Y así todo se ve como un fuera de foco —las frutas, el pasillo vacío, el sonido, el teléfono que no suena, los setenta canales, la nota de Z avisándole que se lleva los discos y el vacío de los libros que habrá que llenar de nuevo— que se funde con la luz muy blanca de los pasillos vacíos.

Un tubo fluorescente del techo empieza a titilar. Lo mira y se da cuenta de que esa luz amenazando con apagarse lo saca de esta quietud de un pasillo vacío, de esta escena en pausa desde que ella escribió una nota, vació un estante y dejó los discos desde la H.
Es hora de empezar a moverse. Es hora, se dijo. Recordó una canción de las que que ella se llevó y empezó a cantar.
No hay fueras de foco. El vacío deja de ser cegador. El sonido parece más nítido. No hay más suicidas de película. Los colores son frutas de nuevo, allá adelante.
Y entonces, play.

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